¡Betún de Judea no pierde la cabeza!
Aquella mañana me metí una pastilla Juanola en la boca (sin ser yo muy de regaliz) de esas que te ofrecen como por costumbre. Pero en el momento de tragar me di cuenta de que no había manera.
La pequeña pastilla Juanola se aferraba todo lo negra que era a una lengua de la que no se quería despedir. "Me has hecho sentir tantas cosas" decía mientras se agarraba con fuerza al músculo. ¡Se había enamorado!
Traté de explicarle que no merecía la pena, muchas otras pastillas habían pasado por allí y ninguna se había hecho inolvidable. Incluso caramelos, gominolas y todo tipo de azúcares.
No podía aceptarlo, negaba y se revolvía, perdió la cabeza ante la posibilidad de que aquella lengua no fuera suya, sólo suya, para siempre. Y, ora llorando, ora riendo, se soltó dejándose llevar, perdiéndose en la oscuridad de mi garganta mientras cantaba "te estoy amando locamenti"...
Desde entonces, los dientes cuentan su leyenda a los que por allí pasan.
La llaman Juanola Loca.
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